Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA DEL PERÚ



Comentario

La tercera parte de la Crónica del Perú


Y con esto llegamos a la tercera parte de esta Crónica, que es el objeto de esta introducción.

La tercera parte de la Crónica del Perú estaba destinada en el programa del autor a lo que especifica en su Proemio a la primera edición:

En la tercera parte trataré --escribía nuestro Pedro-- el descubrimiento y conquista de este reino del Perú; y de la grande constancia que tuvo él el marqués don Francisco Pizarro; y los muchos trabajos que los cristianos pasaron, cuando trece de ellos, con el mismo marqués (permitiéndolo Dios) lo descubrieron. Y después que el dicho don Francisco de Pizarro fue por su majestad nombrado por gobernador, entró en el Perú, y con ciento sesenta españoles lo ganó, prendiendo a Atabalipa. Y asimismo en esta tercera parte se trata la llegada del Adelantado don Pedro de Alvarado, y los conciertos que pasaron entre él y el gobernador don Francisco Pizarro. También se declaran las cosas notables que pasaron en diversas partes de este reino; y el alzamiento y rebelión de los indios en general: y las causas que a ello les movió. Trátase la guerra tan cruel y porfiada que los mismos hicieron a los españoles que estaban en la gran ciudad del Cuzco, y las muertes de algunos capitanes, españoles e indios; donde hace fin esta tercera parte en la vuelta que hizo de Chile el Adelantado don Diego de Almagro, y con su entrada en la ciudad del Cuzco; estando en ella por justicia mayor el capitán Hernando Pizarro, caballero de la orden de Santiago...

Este párrafo detalla con exactitud el contenido del libro tercero, que paso a explicar. El libro se compuso, en su mayor parte, durante la estancia que como criado del mariscal Robledo hizo en Panamá. Hasta entonces Pedro había recorrido los caminos terrestres de los valles del Atrato y del Cauca, en la actual Colombia, hasta rendir viaje en compañía del licenciado Vadillo en la ciudad de Cali. Desde allá, y siguiendo órdenes primero de Andagoya, y después de Belalcázar y de Robledo, había emprendido un camino de regreso, siempre terrestre, hasta San Sebastián de Buena Vista, en el fondo de la Culata de Urabá. Robledo decidió allí emprender un viaje a Castilla para fianzar su mando: en los valles y montañas que había recorrido y en los centros de población que había fundado; en Urabá, Pedro se despidió de su jefe y marchó con sus instrucciones a Panamá, sede de la Audiencia, para negociar ante ella los asuntos que Robledo le había dejado encargados. Situado en Panamá, y pasando la mayor parte del día encerrado en su casa; pues la ciudad, dice, está trazada y edificada de levante a poniente, en tal manera que, saliendo el sol, no hay quien pueda andar por ninguna calle de ella: porque no hace sombra ninguna. Y esto --continúa-- siéntese tanto, porque hace grandísimo calor, y porque el sol es tan enfermo: que si un hombre acostumbra andar por él, aunque no sea sino pocas horas, le dará tales enfermedades que muera, porque así ha acontecido a muchos...

En esta ciudad tan inhóspita tuvo la suerte de dar con antiguos vecinos del Perú que le fueron contando las peripecias de aquella descomunal aventura. Entre ellos recuerda Cieza a Nicolás de Ribera, quien le sirvió de fuente principal para esta tercera parte que entonces emprendía.







Plan de la obra



La Tercera Parte de la Crónica del Perú distribuye su materia en 97 capítulos en 132 folios, con una media inferior al folio doble (2 páginas) por capítulo. La materia se distribuye, en una primera división lógica, entre el descubrimiento y la conquista, correspondiendo al descubrimiento tanto en gestiones previas con la formación de la sociedad entre sus principales protagonistas: Pizarro, Almagro, Luque, a los que se agregaron Pedrarias y Gaspar de Espinosa en papeles menos estables, cuanto los primeros viajes de reconocimiento y exploración de la costa y sus islas. Una primera crisis de gobierno en Panamá se abrió cuando Pedrarias Dávila fue sustituido por Pedro de los Ríos: Ríos consideró aquella empresa descabellada, con un balance muy negativo en dinero y en vidas humanas; y trató de prohibir el reclutamiento que habría de hacerse en su gobernación de Tierra Firme. La constancia de Pizarro hizo triunfar la empresa, cuando estableció aquel dilema: Perú o la riqueza, Panamá o la pobreza; dilema que produjo la formación de aquel pequeño grupo de decididos que fueron los trece de la fama, de la isla del Gallo.

A la espera de refuerzos, el grupo se trasladó a la isla que bautizaron con el nombre mítico de Gorgona, a la que Cieza consagró una doble descripción: la primera en el capítulo 3 de la Primera Parte; la segunda en el capítulo 17 de la Tercera Parte. En la primera, dice de ella: la isla de Gorgona es alta, donde jamás deja de llover j, tronar, que parece que los elementos unos con otros combaten... Y en la segunda: En la mar del Sur, la Gorgona tiene el sonido de no ser tierra ni isla sino apariencia del infierno. Comparación que completa con la mala nombradía que en el Océano entre Indias y la Tercera tiene una isla que llaman la Bermuda... de la cual huyen los navegantes como de pestilencia... Curiosa nombradía que ha llegado hasta los tiempos actuales con el famoso triángulo de las Bermudas...

El grupo de expedicionarios tuvo la suerte de dar con una balsa que navegaba a vela en la que venían indios procedentes de una ciudad llamada Túmbez, que constituyó un presagio de lo que habría de ser finalmente el Perú. La llegada a Túmbez fue tan decisiva que impulsó a los tres asociados a enviar a España a Francisco Pizarro para que negociase las capitulaciones oportunas para la conquista de aquella región que se anunciaba rica en toda clase de productos vegetales, animales y minerales; y en la que existía un verdadero imperio, bajo el mando de un grupo humano llamado Inca. Cieza transcribe las capitulaciones que en Castilla obtuvo Pizarro y cree encontrar en su redacción las primeras raíces de la gran división que llegaría a transformar en cordiales enemigos a los mismos que habían iniciado la operación del Perú.

Una segunda sección, que abarca los capítulos 28 a 38, comprende sucesivos contactos con los indios de Túmbez y la Puná, y se cierra con la primera fundación urbana en el Perú, que fue la ciudad de San Miguel. El gran imperio de los incas parecía una fiera adormecida, y no daba importancia a aquel grupo de extranjeros, blancos y barbados, que merodeaban por las playas septentrionales. Y es que por primera vez en su historia el imperio estaba sometido a una cruel guerra de sucesión, cuyo resultado en aquel primer tiempo no estaba aún decidido. A esta circunstancia alude Cieza de vez en cuando, considerándola providencial: ya que los castellanos no hubieran podido desembarcar en tierras peruanas si el imperio hubiera seguido unificado y poderoso, como en los buenos tiempos del que acababa de fallecer, Huayna Capac. Cieza, atento siempre a la sucesión cronológica --aunque esto no le impida confundir los años--, interrumpe la sucesión de los descubrimientos costeros para dar cuenta del desarrollo de la contienda civil entre Huascar y Atahualpa: a la que dedica los capítulos 39-40, que nos deja con el relato de la prisión de Huascar, a quien Cieza presenta un tanto ingenuo frente a las astucias de su medio hermano Atahualpa.

Desde el capítulo 41 conectan de nuevo las historias de los castellanos y de Atahualpa que van acercándose a la decisiva confrontación en Cajamarca, que se describe en el capítulo 45. Siguen los capítulos dedicados al frustrado rescate y a la ejecución del emperador: ya que aquella muerte difícilmente escapa de este apelativo por el pánico que se apoderó de los compañeros de Pizarro al recibir tantos informes sobre un inminente ataque indígena que eventualmente no pudieran superar. Pero --como suelen decir-- para un soldado no es excusa válida el miedo: y aquellos soldados habían dado ya suficientes muestras de arrojo y aguante. Bien es verdad que Cieza hace constar que no fueron los soldados las víctimas del pánico, sino los oficiales reales, encargados del control administrativo de la empresa, a los que añade al reverendo Valverde, personaje no demasiado estimado por nuestro autor.

En el capítulo 54 acaba esta sección con el relato de la muerte de Atahualpa: muerte dada por el habitual garrote aplicado a la garganta y no por decapitación, como lo ha descrito la tradición pictórica.

La muerte de Atahualpa dirige las ambiciones de algunos conquistadores de los castellanos hacia Quito, que parecía haber rivalizado con el Cuzco en la capitalidad del imperio; y había sido la ciudad escogida por Atahualpa como sede y centro de sus ambiciones dinásticas. Quito atrae la atención primero de Belalcázar, y después del gobernador de Guatemala, don Pedro de Alvarado; detrás de ambos, el socio y colaborador de Pizarro, don Diego de Almagro. La narración de Quito se entrelaza con la que se centra en el Cuzco, al que se va acercando, por los Llanos de la costa, don Francisco. De camino, y dentro del plan de establecer una nueva capital para aquella provincia que acababa de conquistar, pasa por jauja, donde la establece provisionalmente, según se cuenta en el capítulo 61. Dos capítulos más adelante introduce Cieza la expedición de don Pedro de Alvarado, que se dirige hacia Quito, creyendo encontrarlo fuera de los límites de la gobernación de Pizarro.

La expedición de Alvarado encuentra en su camino la de Belalcázar y Almagro que se han apresurado a fundar en Riobamba un establecimiento provisional que pudiera ser trasladado al valle de Quito sin perder su república: es decir, su esquema capitular; en perfecto paralelismo con la ciudad de jauja, en relación con Lima, que formaría su destino final. Cieza cuenta el acto final de la expedición de Alvarado con la renuncia de éste a todo intento colonizador en el extenso subcontinente meridional: arreglo que evitó un precoz enfrentamiento que no llegaría a su trágica maduración hasta la ruptura de los antiguos y fidelísimos amigos Pizarro y Almagro. El arreglo pacífico de Alvarado, que vende su armada y sus hombres y sus derechos a Diego de Almagro, se concluye y se relata en el capítulo 76.

El libro concluye con dos operaciones de gran envergadura y casi simultáneas: la expedición a Chile de Diego de Almagro, en la que se enrolan muchos de los procedentes de Guatemala, y él viaje a España de Hernando Pizarro. El viaje de Pizarro, comenzado con los mejores auspicios, se desarrolló muy favorablemente en España, donde Hernando obtuvo todo lo que quiso para su hermano; y no pudo impedir que en la corte se atendieran las justas peticiones de Almagro, a quien se concedió una gobernación que por culpa de unos y de otros fue causa inmediata del enfrentamiento armado. Todo ello después de que, superada una especie de tormenta de verano, Pizarro y Almagro repitieran juramentos e imprecaciones: que --según Cieza-- se cumplieron con todo su trágico dramatismo.

La expedición de Almagro a Chile fue un total fracaso: inesperadas dificultades, a la ida las nieves de los Andes, al regreso el desierto de Atacama, tuvieron el regusto del desencanto, porque no encontraron en Chile... los objetos de oro y plata que esperaban... Sin embargo, un viaje más tranquilo y menos polarizado con lo que se habían imaginado que era Chile les hubiera permitido descubrir la zona minera en torno al cerro de Potosí y otros cotos metalíferos que hubieran podido satisfacer las ambiciones más desatadas. La llegada de las provisiones reales con el nombramiento de gobernador de Nueva Toledo para Almagro, y el frenesí geográfico que se apoderó de jefe y expedicionarios, les hicieron regresar a marchas forzadas al punto de partida: que no fue otro que la ciudad que mantenía todavía --aunque ya expoliada de muchas de sus riquezas-- el prestigio de capital del imperio incaico: el Cuzco.

Y con eso concluye la relación del descubrimiento y conquista del Perú, o Tercera Parte de la Crónica del Perú.